Querido Gordo,
Somos tantos los que te extrañaremos. Y son tan pocos los que podrían soñar con ser tan importantes para tanta gente. Somos demasiados los que nos sentimos tristes al enterarnos de tu partida, y que nos sabemos afortunados de haberte conocido, chamo.
Cuando te conocimos teníamos en promedio diecisiete años, y estábamos empezando a abrir los ojos ante la extrañez laberíntica de la universidad, respirando por primera vez la cercanía de la vida adulta y sus exigencias impostergables. Llegábamos al aula temblando de miedo y salíamos desorientados por el pasillo de la Escuela de Psicología buscándote para comprar los programas de las materias y los libros que teníamos que resumir, esquivando el gentío indolente de estudiantes ya veteranos y profesores ocupadísimos que casi no tenían tiempo para nosotros, y llegábamos a tu puesto, donde nos recibías con amabilidad, sin excepción, y tu modo tranquilo y simpático nos calmaba, sirviéndonos de espejo para saber que podríamos con todo el desafío de la academia.
Semestre tras semestre, año tras año, generación tras generación de estudiantes pasamos frente a tí y nos nutrimos el alma con el ejemplo de tu buen humor y de tu humanidad pragmática y comprensiva. Ahora son nuestros alumnos, pacientes e instituciones quienes se benefician de tu labor prometeica, se sirven del fruto de tu diligente amistad.
Sé que al igual que yo, cientos, si no miles, de quienes tuvimos que atravesar períodos de intensa pobreza durante la carrera, logramos estudiar a tiempo los materiales aunque no tuviésemos cómo pagarte en el momento porque nos dabas crédito. Creías en nosotros, incluso cuando a nosotros mismos se nos dificultaba. Y muchos también se sentirían alegres al conversar contigo y descubrir que también leías los artículos y ensayos que debíamos aprender, y nos dabas tu opinión sobre cada autor que aparecía en las bibliografías obligatorias.
Y sé que al igual que yo, muchos que ahora han tenido que salir a deambular por los senderos profesionales del extranjero le deben a tu premura y la de tu equipo que recibiéramos a tiempo notas, programas, pénsum, y otro largo etcétera de documentos para poder legalizarse académicamente en otros países. Y sospecho que lo recibíamos con una rapidez que estaba inspirada por el cariño de quien nos vio y ayudó a terminar de crecer.
Quizás somos ahora nosotros quienes te copiaremos a tí, tratando de ser el colega sonriente que le brinda una presencia alegre y constante al extraño extraviado que recién empieza a tejer su vida y a construir su personalidad. Seremos fotocopias felices de tu ejemplo constante y de tu esfuerzo siempre exhaustivo.
Dudé antes de escribirte, porque ya no estás con nosotros para leer esto, pero luego me decidí a hacerlo, porque sé que en el cielo vas a pedir tu propio local de fotocopias y archivos, y lo primero que te van a encargar es que catalogues todos estos mensajes llenos de recuerdos lindos que estamos intercambiando los que te conocimos, y te vas a enterar entonces de lo mucho que te quisimos.
Adiós, mi pana. Gracias por todo.
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